martes, 16 de octubre de 2007

LA INDIA, 1ª PARTE: EL ATERRIZAJE



La India está de moda En nuestro artículo anterior ya comentábamos la exitosa campaña publicitaria “Incredible ! India” que está atrayendo a miles de viajeros internacionales a este destino tan exótico, seductor y contrastante। Esto no es producto de la casualidad। India, con sus más de 1130 millones de habitantes, un territorio de poco más de 3 millones de kilómetros cuadrados, un crecimiento del producto interior bruto que en la última década se ha incrementado a un promedio del 7% y que, según los economistas, en el año 2050 se ubicará como tercera mayor economía del mundo, solamente por detrás de China y Estados Unidos, atrae. Es por ello que este verano decidí “sacrificar” mi tradicional viaje anual a México y poner alas hacia el este para intentar descubrir con mis propios ojos las bases de este milagro indio.


Lo primero que me sorprendió, quizás debido a que la geografía nunca ha sido mi fuerte, es que India está más cerca de Europa que México (aunque culturalmente se halle en sus antípodas) ya que solo toma ocho horas de avión llegar a la capital, Nueva Delhi। Aunque es verdad que no es la primera vez que viajaba a otro país “tercermundista”, debido a todo lo que se dice sobre la rápida evolución de la economía del país, llegaba con unas expectativas muy elevadas। Pero desde el momento que puse los pies en el aeropuerto, todas las sensaciones indicaban que iba a sufrir una gran desilusión. Y con ello no quiero referirme solo a las lamentables condiciones en que se encuentra el aeropuerto internacional de la capital del país, con sus lámparas fundidas, sus alfombras raídas, sus muros sucios y una falta de mantenimiento deplorable, sino la actitud de toda la gente que “nos daba la bienvenida”: el personal de limpieza que te exigía con señas y gestos enfadados y hasta agresivos un pago por usar el baño, el soldado que intimidaba paseándose por las cintas de recogida de equipaje con una ametralladora de alto calibre, y hasta los déspotas agentes de migración, que nada tenían que ver con la publicidad que con tanto bombo invitaba a visitar al país y prometía una acogedora estancia. Y esto no era más que el principio.
Debido a que nuestro avión aterrizaba muy tarde por la noche, habíamos contratado un servicio de recogida en el aeropuerto siguiendo las atinadas sugerencias que habíamos encontrado en los foros de viaje que se encuentran en Internet. Así que una vez salvados los obstáculos burocráticos y tras recoger nuestro equipaje, nos encaminamos hacia la salida donde ya nos esperaba un conductor con un letrero con nuestro nombre para llevarnos al hotel. Aquí empezó realmente la aventura. Tras caminar por un túnel maloliente, oscuro y estrecho llegamos a un descampado que hacía las funciones de estacionamiento del aeropuerto, nos subimos en una desvencijada camioneta y emprendimos nuestro recorrido hacia nuestro hotel, en uno de los barrios más céntricos de Nueva Delhi.
Si alguna vez usted ha creído que los microbuseros en el DF conducen mal, es que en Delhi podría morirse de un infarto. A nuestra camioneta le funcionaba solo un faro, las puertas no cerraban bien, los cinturones de seguridad habían sido arrancados desde hacía mucho tiempo, y no obstante lo anterior, el conductor se comportaba como si su vehículo fuera un bólido de fórmula uno mantenido por un escuadrón de ingenieros. A nuestro temerario conductor tampoco le importaban las condiciones de la carretera, los diferentes colores del semáforo, ni parecían preocuparle mucho las vacas, bicicletas, carretas y gente que se cruzaban en nuestro camino. Íbamos agarradas hasta con los dientes, deseando que pronto llegáramos a nuestro destino, cuando observamos algo que hizo que todo lo anterior careciera de importancia.
Entre más nos acercábamos al centro de la ciudad, la realidad social de este país nos cayó encima como cubeta de agua helada. Hasta donde alcanzaba la vista, en la penumbra de las calles sucias y mal iluminadas, se distinguían decenas y decenas de personas, hombres solos, mujeres con niños pequeños, familias enteras, que intentaban pasar la noche como mejor podían: tirados en las aceras sobre periódicos o trozos de costales, los más afortunados ocupando los toldos de coches viejos abandonados o autobuses estacionados, con todas sus posesiones encima, que en la gran mayoría no eran más que unos harapos y unas sandalias que protegían sus flacos y desnutridos cuerpos.
Cuando después de algunas vueltas más finalmente entramos a una calle sin asfaltar, sin alumbrado, con el mismo cuadro de gente durmiendo sin más techo que el opaco cielo de Nueva Delhi (la ciudad más contaminada del mundo), y el chofer nos señaló nuestro hotel, pensamos que o era una broma, o era una pesadilla. El trozo de realidad que acabábamos de presenciar no es lo que se veía en los promocionales de la tele, eso no es lo que aparecía en los folletos.
Si bien es cierto que por algunos reportajes todos hemos visto y oído hablar de la extrema pobreza en India, nada puede preparar al viajero para verlo con sus propios ojos, para olerlo, para comprobar que no son casos excepcionales, sino que están por todas partes, porque la población que vive con menos de medio dólar al día es de 800 millones de personas, es decir, 3 de cada 4 habitantes difícilmente tiene para comer siquiera.
Para el turista, llegar al hotel es como llegar a un oasis, pero solamente en el plano físico. En el mental, son tantas las sensaciones, los sentimientos y las ideas que se arremolinan en un momento, que el alma se resiste a aceptar que un país catalogado como “potencia emergente”, que es líder en las tecnologías de la información, que destina tantos millones de dólares a la carrera armamentística nuclear y que mantiene un enorme ejército que dispone de unas instalaciones militares comparables a las de cualquier país de primer mundo, sea incapaz de mantener el punto norte de entrada a su territorio, el aeropuerto internacional Indira Gandhi, con unas mínimas condiciones de salubridad e imagen, y mucho más grave, que exhibe con una naturalidad y falta de pudor asombrosa, que tres cuartas partes de su población malvive en unas condiciones infrahumanas.
Con todo lo anterior no quiero decir que India no me haya gustado. Sólo quiero decir que India “no es un país apto para todas las sensibilidades”. Desde nuestro regreso de ese subcontinente no hacemos más que enterarnos de historias de gente que, o bien se ha regresado impactado a Europa cuando apenas estaba iniciando el viaje, o bien ha decidido pasar el resto de sus dias en ese increible país. Porque como bien dice una especializada guía de viajes, “a India se le odia o se le ama, pero a nadie deja indiferente”.
Nosotras somos de las que decidimos quedarnos y completar nuestro recorrido. Tomar muchas notas, muchas imágenes y todas las impresiones posibles para intentar entender un poco mejor qué es lo que hace a un país subdesarrollado, qué lo diferencia de un país que sólo es pobre, y cuáles podrían ser las causas de los que son ambas cosas a la vez.
Si quiere seguirnos en nuestro viaje, le invitamos a leer la continuación de nuestro relato en el siguiente número de El Azotador.

Daniela Torres

No hay comentarios.:

Enter your email address:

Delivered by FeedBurner

Suscribir con Bloglines http://www.wikio.es Creative Commons License
Periódico El Azotador by Jorge Justo González Hernández is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License. Free counter and web stats