En la anterior edición de El Azotador les hablamos de la historia de la democracia y de cómo, pese a estar muy lejos de la perfección, no ha habido mejor sistema político hasta el momento, ya que ha sido el único que ha tenido en alguna consideración el bienestar general de la población. Después les explicamos que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se reconoce el derecho de los ciudadanos a participar en su gobierno, ya sea directamente o participando en la elección de los gobernantes, y que en esa elección el voto ha de ser libre y secreto, es decir, cada ciudadano debe poder escoger su opción sin sufrir presiones ni temer represalias.
Explicamos que el método de voto actual se adapta bastante bien a los requerimientos expresados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al permitir al votante emitir su voto en secreto y a introducir él mismo su voto en la urna. Se garantiza que el recuento en la caseta es correcto gracias a la presencia de observadores externos e interventores de cada uno de los partidos. Se sabe que hay irregularidades en ciertas casetas, pero argumentamos que para tener un efecto en el resultado final, deberían ser tantas esas irregularidades que no podrían pasar inadvertidas. Le dimos cifras al lector para que viera cuántos votos habría que manipular para cambiar siquiera el resultado de una elección en el 1%: si el censo electoral consta de 10 millones de personas, se tendrían que manipular 100.000 votos. Se trata de un sistema de emisión de voto bastante seguro y que permite, en caso de que sea necesario, comprobar el resultado, ya que mientras no se destruyan las boletas, es factible realizar un recuento de todos los votos en todas las casillas.
Invitamos al lector a comparar esto con un sistema de voto electrónico o por computadora. ¿Cómo se puede garantizar que si un ciudadano escoge la opción A, la máquina no va a registrar la opción B?
Más que hablar de voto electrónico, manejemos el término más amplio de voto multicanal. El único modo de votar en México es acudiendo a una caseta. Eso sería un canal. El segundo canal abierto para los mexicanos residentes en el extranjero es el voto por correo, estrenado para las elecciones presidenciales del 2006. Ese es otro canal. En la actualidad, políticos de todo el mundo están intentando ampliar el número de canales estableciendo nuevos mecanismos de voto. Algunos ejemplos son el voto desde el teléfono celular, las máquinas de votar electrónicas instaladas en las casetas electorales, y el voto por Internet.
Hay que preguntarse por qué, si el sistema actual es sencillo y eficaz, hay necesidad de añadir esos canales nuevos. Nos dan varias razones: para abaratar el proceso electoral. Para que la gente vote más. Para dar la impresión de ser un país moderno que sabe manejar las nuevas tecnologías. Pero sobre todo, dicen que va a servir para evitar fraudes ya que esos nuevos canales limitarán la intervención humana. Veamos qué hay de cierto en esas afirmaciones.
Desde que surgieron con éxito los concursos televisivos que requieren que el espectador “vote” o “nomine” a los participantes del programa, se dice que en el Reino Unido, más gente vota en “Gran Hermano” que en las elecciones nacionales. Dicen que la diferencia es que para participar en las elecciones hay que desplazarse hasta la caseta, mientras que para votar a tu concursante favorito solo tienes que pulsar unas cuantas teclas en tu celular. Argumentar esto es demagógico. En primer lugar, comparar el decidir quién sigue concursando en un programa de la tele (asunto sin ningún tipo de importancia) con el expresar tu derecho a escoger a las personas que van a gobernar tu país es una auténtica frivolidad. En segundo lugar, intentar que se incremente la participación ciudadana en las elecciones haciéndoles más cómodo el ir a votar, es confundir las razones para la abstención. Excepto en casos muy contados, la gente se abstiene porque ha perdido la confianza en los políticos y la ilusión por la democracia o porque no ha comprendido la importancia del asunto, pero no por la incomodidad de acudir a la caseta, sobre todo en países de climas benignos como México o España. Y en tercer lugar, esta afirmación es falsa: en la edición de 2005 de la versión británica de “La Academia” el número de votos emitidos fue de 8.500.000, mientras que en las elecciones generales de ese mismo año los electores que acudieron a votar fueron más de 27 millones.
La razón del coste es totalmente ridícula: la única manera en que se reducirían costes sería si se pudiese evitar ese gran reto logístico que supone montar casetas electorales por todo el país, dejando solamente abiertos los canales que permiten el voto a distancia, es decir, el voto por Internet y por celular. Eso hoy por hoy no es factible, ya que ni en México, ni en ningún país del mundo, se puede garantizar que absolutamente todos los ciudadanos son capaces de manejarse con esos medios telemáticos de manera tan avanzada como para ejercer el voto a través de ellos. Recuerden que el voto ha de ser libre y secreto. Alguien con dificultades para utilizar herramientas tecnológicas dependería de terceras personas que le ayudaran a emitir su voto, y en ese caso no sería secreto, y probablemente tampoco libre: sea por coacción, por gratitud o porque le engañan, ese ciudadano acabaría votando lo que le dijese quien le está ayudando. Y si hay que montar máquinas de voto electrónico en todas las casetas, pues imagínense el gasto. Si hoy en las escuelas solamente hay que sacar las urnas y las cabinas que han guardado polvo durante seis años, esté seguro que la máquina de voto electrónico habrá que comprarla nueva cada vez. Esta es una de las claves de por qué insistir en voto electrónico: para que ciertas empresas se lleven unos jugosos contratos a costa del erario público.
Todavía no hemos enumerado las áreas que más problemas plantea este asunto del voto electrónico, aunque hemos mencionado el primero: el votante no puede estar seguro de que su voto no está siendo manipulado (conscientemente o debido a un “error informático”) por el sistema. Si en las democracias actuales ya hay un alto nivel de apatía entre los votantes y poca confianza en los políticos, imagínense qué pasaría si ni siquiera se pudiese emitir el voto y salir de la caseta con la seguridad de que al menos en esa urna está nuestro voto. El segundo problema, también muy importante, es que nadie nos puede asegurar que el sistema no está guardando nuestro nombre (o número de credencial de elector) junto con nuestro voto. Esto acaba con el secreto de voto y cabe recordar que en muchos países que se hacen llamar democracias, como Rusia, han acabado en la cárcel o incluso han llegado a desaparecer personas con base en su apoyo a partidos de la oposición. En un ambiente de ese estilo, las personas contrarias al partido en el poder no votarían libremente. Y el tercer problema es que si votamos por Internet o por mensaje de celular no queda constancia física del voto emitido. En caso de que se diera un problema con el sistema central de conteo (y no sería la primera vez que pasa en México) sería imposible volver a realizar el recuento. En el mejor de los casos los comicios se deberían repetir, y es un proceso logísticamente complicado y costoso económicamente.
No obstante, el voto electrónico está pisando fuerte en el mundo. Hay lugares donde se llevan varios años utilizando máquinas de voto, como en Estados Unidos. Es precisamente en el vecino país del norte que más se dieron a conocer los problemas de fiabilidad de estos sistemas, al provocar en el año 2000 que ganase George W. Bush las elecciones debido a una “mala calibración” de las máquinas de voto electrónico (o según malas lenguas, una manipulación totalmente intencionada por parte del fabricante) en los colegios electorales de Florida. Brasil va a tener el dudoso honor de ser el primer país del mundo que celebra elecciones 100% electrónicas. Aunque sus sistemas han sido desarrollados íntegramente en Brasil y proporcionan cierta garantía de transparencia, éstos no proporcionan al votante un resguardo del voto emitido, por lo que resultaría imposible realizar un recuento manual en caso de sospecha de manipulación del conteo automatizado. Bélgica y Estonia son otros países donde las pruebas del sistema están muy avanzadas. Y prácticamente todos los países, presionados por las empresas proveedoras, están considerando el tema.
Por supuesto, a excepción quizás de Brasil, cuyos sistemas han sido creados con código abierto y por lo tanto auditables por ciudadanos con conocimientos informáticos avanzados, ningún gobierno se preocupa del recelo que los electores puedan tener hacia un sistema de este estilo. Parecen demasiado emocionados ante un contrato tan jugoso para sus socios tecnológicos, y ante la capacidad de poder modificar a voluntad el voto e incluso poder obtener listados de simpatizantes y detractores de su partido. Y por supuesto, cuando se ponen a defender las bondades del sistema de voto electrónico, ninguno menciona el derecho a voto libre y secreto que estipula la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Explicamos que el método de voto actual se adapta bastante bien a los requerimientos expresados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al permitir al votante emitir su voto en secreto y a introducir él mismo su voto en la urna. Se garantiza que el recuento en la caseta es correcto gracias a la presencia de observadores externos e interventores de cada uno de los partidos. Se sabe que hay irregularidades en ciertas casetas, pero argumentamos que para tener un efecto en el resultado final, deberían ser tantas esas irregularidades que no podrían pasar inadvertidas. Le dimos cifras al lector para que viera cuántos votos habría que manipular para cambiar siquiera el resultado de una elección en el 1%: si el censo electoral consta de 10 millones de personas, se tendrían que manipular 100.000 votos. Se trata de un sistema de emisión de voto bastante seguro y que permite, en caso de que sea necesario, comprobar el resultado, ya que mientras no se destruyan las boletas, es factible realizar un recuento de todos los votos en todas las casillas.
Invitamos al lector a comparar esto con un sistema de voto electrónico o por computadora. ¿Cómo se puede garantizar que si un ciudadano escoge la opción A, la máquina no va a registrar la opción B?
Más que hablar de voto electrónico, manejemos el término más amplio de voto multicanal. El único modo de votar en México es acudiendo a una caseta. Eso sería un canal. El segundo canal abierto para los mexicanos residentes en el extranjero es el voto por correo, estrenado para las elecciones presidenciales del 2006. Ese es otro canal. En la actualidad, políticos de todo el mundo están intentando ampliar el número de canales estableciendo nuevos mecanismos de voto. Algunos ejemplos son el voto desde el teléfono celular, las máquinas de votar electrónicas instaladas en las casetas electorales, y el voto por Internet.
Hay que preguntarse por qué, si el sistema actual es sencillo y eficaz, hay necesidad de añadir esos canales nuevos. Nos dan varias razones: para abaratar el proceso electoral. Para que la gente vote más. Para dar la impresión de ser un país moderno que sabe manejar las nuevas tecnologías. Pero sobre todo, dicen que va a servir para evitar fraudes ya que esos nuevos canales limitarán la intervención humana. Veamos qué hay de cierto en esas afirmaciones.
Desde que surgieron con éxito los concursos televisivos que requieren que el espectador “vote” o “nomine” a los participantes del programa, se dice que en el Reino Unido, más gente vota en “Gran Hermano” que en las elecciones nacionales. Dicen que la diferencia es que para participar en las elecciones hay que desplazarse hasta la caseta, mientras que para votar a tu concursante favorito solo tienes que pulsar unas cuantas teclas en tu celular. Argumentar esto es demagógico. En primer lugar, comparar el decidir quién sigue concursando en un programa de la tele (asunto sin ningún tipo de importancia) con el expresar tu derecho a escoger a las personas que van a gobernar tu país es una auténtica frivolidad. En segundo lugar, intentar que se incremente la participación ciudadana en las elecciones haciéndoles más cómodo el ir a votar, es confundir las razones para la abstención. Excepto en casos muy contados, la gente se abstiene porque ha perdido la confianza en los políticos y la ilusión por la democracia o porque no ha comprendido la importancia del asunto, pero no por la incomodidad de acudir a la caseta, sobre todo en países de climas benignos como México o España. Y en tercer lugar, esta afirmación es falsa: en la edición de 2005 de la versión británica de “La Academia” el número de votos emitidos fue de 8.500.000, mientras que en las elecciones generales de ese mismo año los electores que acudieron a votar fueron más de 27 millones.
La razón del coste es totalmente ridícula: la única manera en que se reducirían costes sería si se pudiese evitar ese gran reto logístico que supone montar casetas electorales por todo el país, dejando solamente abiertos los canales que permiten el voto a distancia, es decir, el voto por Internet y por celular. Eso hoy por hoy no es factible, ya que ni en México, ni en ningún país del mundo, se puede garantizar que absolutamente todos los ciudadanos son capaces de manejarse con esos medios telemáticos de manera tan avanzada como para ejercer el voto a través de ellos. Recuerden que el voto ha de ser libre y secreto. Alguien con dificultades para utilizar herramientas tecnológicas dependería de terceras personas que le ayudaran a emitir su voto, y en ese caso no sería secreto, y probablemente tampoco libre: sea por coacción, por gratitud o porque le engañan, ese ciudadano acabaría votando lo que le dijese quien le está ayudando. Y si hay que montar máquinas de voto electrónico en todas las casetas, pues imagínense el gasto. Si hoy en las escuelas solamente hay que sacar las urnas y las cabinas que han guardado polvo durante seis años, esté seguro que la máquina de voto electrónico habrá que comprarla nueva cada vez. Esta es una de las claves de por qué insistir en voto electrónico: para que ciertas empresas se lleven unos jugosos contratos a costa del erario público.
Todavía no hemos enumerado las áreas que más problemas plantea este asunto del voto electrónico, aunque hemos mencionado el primero: el votante no puede estar seguro de que su voto no está siendo manipulado (conscientemente o debido a un “error informático”) por el sistema. Si en las democracias actuales ya hay un alto nivel de apatía entre los votantes y poca confianza en los políticos, imagínense qué pasaría si ni siquiera se pudiese emitir el voto y salir de la caseta con la seguridad de que al menos en esa urna está nuestro voto. El segundo problema, también muy importante, es que nadie nos puede asegurar que el sistema no está guardando nuestro nombre (o número de credencial de elector) junto con nuestro voto. Esto acaba con el secreto de voto y cabe recordar que en muchos países que se hacen llamar democracias, como Rusia, han acabado en la cárcel o incluso han llegado a desaparecer personas con base en su apoyo a partidos de la oposición. En un ambiente de ese estilo, las personas contrarias al partido en el poder no votarían libremente. Y el tercer problema es que si votamos por Internet o por mensaje de celular no queda constancia física del voto emitido. En caso de que se diera un problema con el sistema central de conteo (y no sería la primera vez que pasa en México) sería imposible volver a realizar el recuento. En el mejor de los casos los comicios se deberían repetir, y es un proceso logísticamente complicado y costoso económicamente.
No obstante, el voto electrónico está pisando fuerte en el mundo. Hay lugares donde se llevan varios años utilizando máquinas de voto, como en Estados Unidos. Es precisamente en el vecino país del norte que más se dieron a conocer los problemas de fiabilidad de estos sistemas, al provocar en el año 2000 que ganase George W. Bush las elecciones debido a una “mala calibración” de las máquinas de voto electrónico (o según malas lenguas, una manipulación totalmente intencionada por parte del fabricante) en los colegios electorales de Florida. Brasil va a tener el dudoso honor de ser el primer país del mundo que celebra elecciones 100% electrónicas. Aunque sus sistemas han sido desarrollados íntegramente en Brasil y proporcionan cierta garantía de transparencia, éstos no proporcionan al votante un resguardo del voto emitido, por lo que resultaría imposible realizar un recuento manual en caso de sospecha de manipulación del conteo automatizado. Bélgica y Estonia son otros países donde las pruebas del sistema están muy avanzadas. Y prácticamente todos los países, presionados por las empresas proveedoras, están considerando el tema.
Por supuesto, a excepción quizás de Brasil, cuyos sistemas han sido creados con código abierto y por lo tanto auditables por ciudadanos con conocimientos informáticos avanzados, ningún gobierno se preocupa del recelo que los electores puedan tener hacia un sistema de este estilo. Parecen demasiado emocionados ante un contrato tan jugoso para sus socios tecnológicos, y ante la capacidad de poder modificar a voluntad el voto e incluso poder obtener listados de simpatizantes y detractores de su partido. Y por supuesto, cuando se ponen a defender las bondades del sistema de voto electrónico, ninguno menciona el derecho a voto libre y secreto que estipula la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Por Eva Sánchez Guerrero
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