sábado, 30 de agosto de 2008

EL MISTERIO DE LOS PAREDONES

Por. Raúl Emeterio Nieto

Con la construcción de la carretera xochimilco Tulyehualco, algunas casas de construcción sólida de tipo porfirista se vieron afectadas.

Pocos años después allá por 1940, se habían deteriorado tanto que eran caso del todo ruinas.

Hubo una que estaba situada sobre la Avenida México Poniente que estaba carcomida por la humedad y el salitre, llena de hierbas nacidas entre las cuarteadoras de sus enegrecidos muros, destechada, con vigas caídas y mojadas por la lluvia, con maderas hendidas y apolilladas que habían dejado vacíos los claros de puertas y ventanas; aquella casa que fue derrumbada no hacía muchos años, presentaba un aspecto feo, triste, melancólica por la soledad que sólo era interrumpida en las noches oscuras del pueblo, por el chillido de los repugnantes murciélagos que azotaban las paredes o por el canto de presagio de uno que otro tecolote que había abandonado momentáneamente la vieja torre del campanario de la iglesia o que visitaban algún sepulcro de cementerio que se encontraba frente al atrio del templo.

La casa por lo demás pertenecía según rumores de los pobladores, a dos viejitas solteras que pertenecían a una orden religiosa por los objetos que allí se encontraban. Se deducían que estas bondadosas damas por ser muy tímidas dejaban en una especie de frutero de plata, monedas de diferente valor para que las tomara el osado y valeroso visitante.

Los más audaces alcanzaban a llegar hasta lo que parecía ser la sala o comedor donde se encontraba el extraño frutero con monedas, pero nadie se atrevía a tomar una sola, porque una extraña sensación recorría su cuerpo, salían apresuradamente y llenos de pavor en cuando llegaban a la puerta de salida corrían, corrían y corrían hasta llegar a un lugar donde se sentían seguros. Con la respiración agitada y el corazón a punto de salírseles del pecho buscaban al vecino más próximo le contaban su aventura y lo retaban a que visitara el lugar señalado.

Al anochecer, decían otros, se oyen extraños ruidos, como si estuvieran haciendo misa, incluso si se asoma uno por las rendijas de las puertas o ventanas se ven varios cirios o veladoras encendidas y ruido del arrastre de cadenas.

Con la poca iluminación que hasta ahora existe muchos de los que por allí deambulaban en avanzadas horas de la noche procuran pasar por la otra acera o de plano tomar otro camino.

Hay casas viejas que nunca envejecen, porque siempre se conservan y no sabemos que de sencillo o de original tienen.

La noche oscura o la calle solitaria sin una estrella en el nubloso cielo, ni una luz en el pueblo y apenas oyendo atenuados pasos que perturban el silencio de la noche encontrarse en la calle donde aún existe ese “paredón” llega a la mente de cualquiera que haya conocido por plática de algún vecino que allí murió ahorcada una viejecita; no se sienta miedo.

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