Durante la Edad Media europea, la mayor parte de la actividad económica de la población se reducía a la agricultura de subsistencia. Los intercambios comerciales del producto excedente no eran abundantes y se organizaban en torno a los llamados días de mercado. Dado que antiguamente el estado de los caminos no era el actual, así como el transporte era por carreta jalada por bueyes o mulas, los campesinos no podían recorrer largas distancias con el objetivo de vender su mercancía. Es por eso que todas las comarcas contaban con un pueblo principal donde se organizaba dicho mercado. En la actualidad en el Reino Unido, a dichas poblaciones medievales donde se realizaba el mercado se les sigue llamando “ciudades de mercado”, aunque hace ya mucho tiempo que dejaron de realizar ese papel de lugar de intercambio entre los campesinos de la zona. Esta rica historia antigua es sin duda un atractivo turístico que hoy en día sí es generadora de actividad comercial.
Nantwich, en el norte de Inglaterra, es una de esas “ciudades de mercado”. Su historia se remonta a la época de la ocupación de Inglaterra por parte del Imperio Romano y sus fuentes de agua salada la convirtieron en un lugar estratégico para el cercano campamento romano de Chester. En la Edad Media se posicionó como lugar de intercambio comercial para los residentes de esa parte del país y los bellos edificios de paredes encaladas y vigas de madera negra que todavía conforman su centro histórico, datado del siglo XVI, dan fe de su importancia pasada.
Como todos sabemos, en la actualidad ya no existe la necesidad de organizar mercados en la calle, y menos en lugares con un clima tan extremo como el norte de Inglaterra. Los grandes supermercados como Tesco o Aldi (equivalentes a WalMart) se han apoderado de la cadena de suministro de los alimentos desde el productor hasta el consumidor final. No hay escapatoria para el pequeño productor: o se adapta a las exigencias y condiciones de estos intermediarios tan poderosos, o se queda fuera del mercado. Es una situación nada halagüeña para los productores, ni para los consumidores, que dependen totalmente del criterio del supermercado en términos de calidad de los alimentos que consumirán.
Por suerte, en la actualidad se está consolidando un movimiento que va en contra de este orden establecido. Se trata de productores que intentan escapar del control del gran supermercado y ofrecer sus productos, muy especializados y de gran valor añadido (por su calidad o exclusividad) a los consumidores que estén dispuestos a pagar un extra por ellos. Aquí entran de nuevo en acción los antiguas “ciudades de mercado” como Nantwich. Esta población en particular organiza cada año el “festival de la alimentación y la bebida”. Se trata de una feria, como las que se celebran en México en multitud de pueblos y ciudades: la feria del Mole de San Pedro, o del dulce caramelizado en Santa Cruz Acalpixca. En estas ferias de la alimentación, los productores locales de la zona acuden para dar a conocer sus productos a personas interesadas en la alimentación de calidad, para vender su producto, pero mucho más importante, para establecer una relación estable con nuevos compradores que, si quedan satisfechos con sus productos, les contactarán por medios modernos (teléfono, por Internet, etc.) para realizar nuevos pedidos.
Esta nueva fórmula está obteniendo excelentes resultados. Este mes de septiembre se celebró la octava edición del festival de la alimentación de Nantwich y la afluencia de vendedores y compradores ha sido la esperada. Para el visitante hubo mucho más que un simple mercado de calidad: se organizaron varias actividades, talleres y demostraciones que iban desde un taller de preparación de cocteles, a la demostración de cómo obtener sal a partir de agua marina, hasta clases de cocineros afamados.
Esperemos que la tradición de la celebración de ferias en México, así como la costumbre de ir a comprar al mercado, no se pierda nunca, como sí ocurrió en Inglaterra, con las consecuencias en los hábitos alimentarios y el índice de obesidad que ya les comentamos en la pasada edición de El Azotador. “Somos lo que comemos”, dice el refrán. Ojalá no lo olvidemos nunca.
Daniela Torres
Nantwich, en el norte de Inglaterra, es una de esas “ciudades de mercado”. Su historia se remonta a la época de la ocupación de Inglaterra por parte del Imperio Romano y sus fuentes de agua salada la convirtieron en un lugar estratégico para el cercano campamento romano de Chester. En la Edad Media se posicionó como lugar de intercambio comercial para los residentes de esa parte del país y los bellos edificios de paredes encaladas y vigas de madera negra que todavía conforman su centro histórico, datado del siglo XVI, dan fe de su importancia pasada.
Como todos sabemos, en la actualidad ya no existe la necesidad de organizar mercados en la calle, y menos en lugares con un clima tan extremo como el norte de Inglaterra. Los grandes supermercados como Tesco o Aldi (equivalentes a WalMart) se han apoderado de la cadena de suministro de los alimentos desde el productor hasta el consumidor final. No hay escapatoria para el pequeño productor: o se adapta a las exigencias y condiciones de estos intermediarios tan poderosos, o se queda fuera del mercado. Es una situación nada halagüeña para los productores, ni para los consumidores, que dependen totalmente del criterio del supermercado en términos de calidad de los alimentos que consumirán.
Por suerte, en la actualidad se está consolidando un movimiento que va en contra de este orden establecido. Se trata de productores que intentan escapar del control del gran supermercado y ofrecer sus productos, muy especializados y de gran valor añadido (por su calidad o exclusividad) a los consumidores que estén dispuestos a pagar un extra por ellos. Aquí entran de nuevo en acción los antiguas “ciudades de mercado” como Nantwich. Esta población en particular organiza cada año el “festival de la alimentación y la bebida”. Se trata de una feria, como las que se celebran en México en multitud de pueblos y ciudades: la feria del Mole de San Pedro, o del dulce caramelizado en Santa Cruz Acalpixca. En estas ferias de la alimentación, los productores locales de la zona acuden para dar a conocer sus productos a personas interesadas en la alimentación de calidad, para vender su producto, pero mucho más importante, para establecer una relación estable con nuevos compradores que, si quedan satisfechos con sus productos, les contactarán por medios modernos (teléfono, por Internet, etc.) para realizar nuevos pedidos.
Esta nueva fórmula está obteniendo excelentes resultados. Este mes de septiembre se celebró la octava edición del festival de la alimentación de Nantwich y la afluencia de vendedores y compradores ha sido la esperada. Para el visitante hubo mucho más que un simple mercado de calidad: se organizaron varias actividades, talleres y demostraciones que iban desde un taller de preparación de cocteles, a la demostración de cómo obtener sal a partir de agua marina, hasta clases de cocineros afamados.
Esperemos que la tradición de la celebración de ferias en México, así como la costumbre de ir a comprar al mercado, no se pierda nunca, como sí ocurrió en Inglaterra, con las consecuencias en los hábitos alimentarios y el índice de obesidad que ya les comentamos en la pasada edición de El Azotador. “Somos lo que comemos”, dice el refrán. Ojalá no lo olvidemos nunca.
Daniela Torres
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