miércoles, 2 de enero de 2008

México Desconocido


Gracias a multimillonarias campañas de publicidad llevadas a cabo por la Secretaría de Turismo, la imagen de México en el paisaje internacional ha cambiado hasta convertirse en uno de los principales destinos turísticos del mundo. En todos los países donde el poder adquisitivo medio es suficiente como para permitirse unas vacaciones en el extranjero, grandes anuncios en prensa invitan a conocer nuestro bello país. Las agencias de viajes manejan como destino prioritario no solamente las bellas playas del Caribe mexicano, sino toda una serie de circuitos para conocer las riquezas naturales y culturales del país: parques nacionales, zonas arqueológicas, ciudades coloniales, etc.
No obstante, estas campañas no han cambiado ni un ápice la injusta fama de Ciudad de México. Se sigue diciendo por ahí que es la ciudad más poblada, más contaminada, más ruidosa y más insegura del mundo.
Hace unos días recibimos en México a unos amigos franceses a los que consideramos cosmopolitas y con un buen nivel cultural. Tras realizar con ellos un tour por los atractivos del centro y sur de la ciudad (Coyoacán, San Angel, Ciudad Universitaria, Insurgentes, Reforma, Chapultepec, la Alameda, el Centro Histórico, la Zona Rosa, la Condesa, etc.) quedaron francamente sorprendidos. No eran conscientes de la riqueza arquitectónica, museográfica y cultural de la ciudad. No sabían que hubiese jardines tan bien diseñados y conservados, parques, edificios coloniales y arquitectura vanguardista, además de todo tipo de oferta gastronómica al nivel de cualquier capital europea: su idea preconcebida coincidía con el estereotipo descrito en el párrafo anterior. Tanto así, que nos confesaron que de no haber tenido amigos en el DF, jamás hubieran pasado un día en la ciudad.
Tras visitar Teotihuacan, quedaron igualmente sorprendidos por la mancha urbana que se extiende bien entrado el Estado de México. Pero no por su enormidad, sino porque esperaban encontrar al Distrito Federal rodeado de un mar de casuchas apiñadas en pequeñas ciudades perdidas, y se encontraron con una realidad bien distinta. La mancha urbana es fea, cierto. Pero se trata de grises casas de obra negra, no de infravivienda. Los servicios son insuficientes, pero hay. Nuestros amigos esperaban llegar a algo así como Calcuta. En realidad llegaron al Distrito Federal.
En el Distrito Federal hay museos como el de Antropología e Historia que son de clase mundial y que tanto en calidad y cantidad de sus piezas como en técnica museográfica no tiene nada que envidiar a museos como el Metropolitan de Nueva York o el British Museum de Londres. Hay avenidas como Insurgentes o Reforma que son ejes comerciales y de servicios financieros comparables a los europeos. Hay zonas residenciales donde viven los titulares de algunas de las fortunas más grandes del mundo y disponen de centros comerciales tan exclusivos como las boutiques de los Campos Elíseos de París. En La Condesa se encuentran restaurantes de todas las gastronomías del mundo, cosa que solo sucede en ciudades verdaderamente cosmopolitas con habitantes y visitantes con una amplia visión del mundo en todos los aspectos y no solo en lo gastronómico. El bosque de Chapultepec es tan bello como el neoyorquino Central Park pero mucho más variado en las actividades lúdico-culturales que se pueden realizar en él. El Centro Histórico, con su combinación de pasado colonial y vestigios de la antigua Tenochtitlan, presenta una combinación histórica única. Y finalmente, en el Distrito Federal se encuentran zonas boscosas como Los Dinamos o la carretera al Ajusco, así como una zona lacustre única por sus características en el mundo como son los canales y la zona chinampera de Xochimilco, todas ellas con un incalculable valor ecológico, que resulta inconcebible dentro de los límites de cualquier otra ciudad, cualquiera que sea su ubicación en el planeta.
Ciudad de México es, en definitiva, un lugar capaz de asombrar y maravillar a propios y extraños, y a cuyo lavado de imagen internacional deberían dedicarse mayores recursos y esfuerzos, en lugar de malgastar el dinero en populistas pistas de hielo que sólo provocaron la burla y el asombro de mis amigos turistas franceses.
Daniela Torres

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