viernes, 2 de noviembre de 2007

AGRESIÓN RACISTA EN ESPAÑA




En la última semana se han dado a conocer las imágenes de una tremenda agresión racista en Barcelona que han dado la vuelta al mundo. Seguramente ustedes también las han visto por televisión: en un tren semivacío, un hombre joven que habla por el celular increpa a una adolescente ecuatoriana y acaba por propinarle una patada en la cara, mientras otro pasajero intenta ignorar la situación que está presenciando.
Esta es una acción que por desgracia no es infrecuente en España, de hecho han habido casos muchos más graves donde el agredido ha quedado postrado en una silla de ruedas o de plano ha fallecido, pero en esta ocasión la diferencia ha sido que las imágenes de las cámaras de videovigilancia han sido filtradas a los medios de comunicación y se ha creado alarma social – y bastante más que eso. Al fin en este país se habla abiertamente del racismo, un fenómeno que a simple vista parece relativamente nuevo en España, pero que en realidad siempre ha existido. Solo que no había extranjeros con quien practicarlo.
Para entender la noticia y su importancia, y no quedarse simplemente en el sentimiento de rabia y rechazo que esas imágenes provocan, se requiere un poco de información adicional. España, desde su incorporación a la Unión Europea, se ha beneficiado de un crecimiento económico sostenido que se aceleró en la segunda mitad de los años 90. Esa bonanza económica vino acompañada de la creación de cientos de miles de puestos de trabajo que no se estaban cubriendo con la población autóctona, por lo que los flujos migratorios variaron drásticamente. España ha sido siempre un país de donde la gente se iba si quería prosperar – a principios de siglo XX cientos de miles de españoles se fueron a América, en los oscuros años del franquismo la ruta de salida era hacia el norte de Europa, hacia Francia, Alemania y Suiza, para ocupar puestos de trabajo en el sector agrario o en las fábricas. Durante décadas, los únicos inmigrados en España eran los ancianos del norte de Europa que tras su jubilación decidían ir a vivir a sus casas de verano en la costa mediterránea. Todo eso cambia a finales de los 90 con el crecimiento del sector de la construcción y muchas personas de diversos orígenes, pero principalmente del norte de África, de Latinoamérica y de Europa del este llegan a España para vivir y trabajar. El cambio ha sido muy rápido, en la actualidad el 19% de los habitantes del país son de origen extranjero y este hecho ha provocado el recelo de amplios sectores de la población, especialmente los de los barrios más populares que es donde más ha cambiado la composición del tejido social. Esto no es una sorpresa, puesto que la mayoría de vecinos europeos han pasado por lo mismo, lo que sí es sorprendente y decepcionante es lo mal gestionado que ha resultado este cambio en sí positivo –no hay que olvidar que convertirse en un país que necesita mano de obra significa que el país experimenta una época de bonanza económica sostenida.
La reacción de buena parte de la población española ha sido nefasta. Se ha dado la aparición de grupos racistas muy agresivos, que aunque son una absoluta minoría representan un cáncer social. Pero lo peor, con mucha diferencia, ha sido la irresponsabilidad de los partidos políticos de centro y derecha. Con la intención de conseguir votos han aprovechado el sentimiento de las clases populares españolas (que son la mayoría de los votantes) de recelo hacia lo nuevo, hacia el cambio, hacia el vecino extranjero, y en lugar de matizar, explicar, moderar, gestionar la nueva situación (de la cual se han favorecido, y cuánto, los empresarios, que se han aprovechado de la necesidad del recién llegado, pagando sueldos muy inferiores a lo que establece la ley y que un español no estaría dispuesto a aceptar), se han dedicado a darles la razón, a potenciar el discurso racista que exige la superioridad del autóctono sobre el recién llegado, a explotar el mito del extranjero violento, a propiciar el miedo al diferente, el odio en fin. No lo dicen con estas palabras pero lo dicen con ejemplos, manipulando las noticias, con los temas que tratan hasta las series de ficción.
Y esta semana nos hemos enterado de hasta qué punto ha calado el mensaje. Nuestro agresor del tren es Sergio Xavier Martín, un energúmeno de 22 años, que vive con su abuela en las afueras de Barcelona, cuyo único oficio conocido es tomarse 15 cervezas de una sentada, sin ningún tipo de ideología, de hecho sin ningún tipo de neurona capaz de generar una idea, menos una ideología. Y en esto que se encuentra en un tren casi vacío con una niña de 15 años indefensa, la comienza a molestar ¿y qué se le ocurre decir? “Vete a tu país, inmigrante de mierda”. Esta semana se ha hecho famoso en todo el mundo un violento hijo de puta que no hace más que repetir el mensaje con el que le están bombardeando, a él y al resto del país. Ustedes saben que en este mundo rige el principio de acción y reacción. Que una agresión no pasa desapercibida y siempre será contestada. Y que no se trata de una, sino de muchas cada día, solo que esta fue registrada por una cámara. Se pueden imaginar la crispación social que estos hechos pueden provocar. Y todo ello para que un partido, el de ese despreciable bigotudo llamado Aznar, consiga los votos suficientes para volver al poder.
Lo mínimo que se debería hacer en este momento es meter entre rejas durante un tiempo a este agresor, para que sirva de precedente que este tipo de agresiones racistas no van a quedar impunes. Revisar los casos abiertos donde ha habido lesiones en ataques racistas y hacer que los agresores también pasen tiempo en prisión. Pero no. Sergi Xavier estará en este momento en su casa durmiendo, luego saldrá a tomar unas cervezas con sus amigos: el juez simplemente le ha prohibido tomar el tren para salir de su pueblo – y se está convirtiendo en un héroe de televisión. Es vergonzoso y muy peligroso para la convivencia. La impunidad solo puede provocar más violencia.

Eva Sánchez Guerrero

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