viernes, 2 de noviembre de 2007

INDIA, 2ª PARTE: RECORRIENDO DELHI



En el número anterior les comentábamos de la primera impresión que tuvimos apenas aterrizar en Delhi: las condiciones del aeropuerto y de las infraestructuras circundantes (estacionamiento, avenidas, alumbrado público) distaban mucho de la idea que nos habíamos formado cuando recopilábamos información sobre la India y el espectacular crecimiento económico que ha tenido en la última década.
Les comentábamos que después de recorrer aquellas calles oscuras y llenas de gente viviendo en condiciones infrahumanas, llegar al hotel significó un pequeño oasis de seguridad tanto física como mental. Lo que pasó en los siguientes días será tema de este y próximos artículos.
Delhi en sí misma no es una ciudad que atraiga al mayor porcentaje de turistas que visitan la India. En la mayoría de los casos es considerada una parada obligada como conexión a otros lugares “más interesantes” del país. De hecho, una vez que empezamos a movernos por el subcontinente, nos dimos cuenta que lo habitual era encontrarte con turistas que habiendo estado un mes en India solamente habían pasado una noche en Delhi en algún hotel cercano al aeropuerto y que incluso nos preguntaban con mucha curiosidad si había algo interesante que ver allá.
Delhi es una megalópolis con los problemas asociados a su tamaño y densidad: caos urbanístico, tráfico y contaminación infernales. Recordándoles lo que les comentábamos en el artículo anterior, esta ciudad es la más contaminada del mundo. Es algo que se ve, que se huele y que casi puede palparse. Usted podrá pensar que por vivir en el Distrito Federal el asunto de la contaminación no le afectaría. No es así. En Delhi de verdad que cuesta respirar; el aire es denso y tiene un olor característico, como a quemado; los ojos están permanentemente irritados, y no son infrecuentes los casos de sangrado por la nariz debido a partículas irritantes. Pero también es una ciudad con una riquísima aunque a veces violenta historia, y esto también se siente en su patrimonio cultural.
Los hindúes dominaron estas tierras hasta el siglo XII. En el XIII ya se había impuesto el dominio musulmán. A finales del siglo XVIII los británicos se instalaron en India y en 1911 convirtieron a Delhi en capital de la colonia en detrimento de Calcuta. Es por eso que podemos encontrar bellos e interesantes templos hindúes, magníficos fuertes musulmanes como el Fuerte Rojo y mezquitas como la Jama Masjid, así como construcciones de la época de la dominación británica: el Parlamento y la principal área comercial y de negocios de la ciudad, llamada Connaught Place o Rajiv Chowk (en la actualidad el gobierno está en el proceso de cambiar los nombres en inglés por otros en hindú). También en la capital se encuentran los principales museos del país, como el Museo Nacional y el Museo de la Artesanía. Por ello pensamos que bien valía la pena dedicar unos días, tanto al principio como al final de nuestro viaje, para descubrir y disfrutar de estos y otros atractivos de la ciudad.
En Delhi las sorpresas para el visitante no escasean. Un día, por ejemplo, no pudimos sino sorprendernos ante lo que parecía ser una enorme escultura de unos 30 metros de altura con la forma de un mono gigante de color naranja. Nuestro guía nos informó que no era una escultura, sino un templo dedicado a Hanuman, el dios-mono. Es asombroso el número de dioses en los que creen los hindúes: se cuentan por millones. Cada familia tiene respeto por todos ellos pero siente una especial devoción por alguno en particular. Hanuman es el general del ejército de monos que ayudó a Rama, una de las reencarnaciones de Krishna (a su vez una reencarnación de Visnú, que es una de las tres representaciones del Brahmán, algo así como el dios principal de los hindúes, un ente eterno, infinito y no creado – la religión en India es muy compleja), en la guerra narrada en el texto sagrado Ramayana, y sus características principales son su fuerza sobrenatural y su sentido de la fidelidad. Es un dios muy querido y venerado, esto se puede notar por la gran cantidad de pequeños templos (como capillas) que se encuentran en las ciudades, pero francamente encontrarse con un mono de hormigón de 30 metros en una bifurcación de autopista es sencillamente asombroso. Y más todavía acercarte y ver que entre sus enormes pies se encuentra una también enorme cabeza de chango por cuya boca, subiendo por la lengua, se entra al templo, decorado en su interior de manera modesta (algunas campanas, que se hacen sonar al entrar para despertar al dios y que sepa que has ido a visitarle, algunos cuadros con su imagen, alguna escultura) y donde los fieles reciben al visitante con calidez.
Los hindúes creen que todos los monos son Hanuman, por lo que se les considera animales sagrados y no se les puede hacer daño, incluso si éstos se convierten en una plaga. Durante nuestra estancia pudimos comprobar cómo los changos que viven en las ciudades pueden ser destructivos (a las afueras de un templo vimos como un ejemplar adulto destrozaba el asiento de una motocicleta que estaba estacionada) e incluso representar un peligro, porque además de ser transmisores de enfermedades como la rabia, las peleas entre ellos son muy habituales y se han dado casos de ataques a personas. Precisamente hace unas semanas nos enteramos en los periódicos españoles que el segundo alcalde de Nueva Delhi había fallecido a consecuencia de una caída desde el balcón donde estaba intentando dispersar una pelea de monos. En el metro también tienen problemas por su presencia en los andenes, y la solución empleada ha sido la de poner a monos más grandes, encadenados, en dichos andenes para que espanten a los demás.
Además de los monos, en India existen muchos otros animales sagrados, como el toro, la rata, la cobra y la vaca. Sobre ésta última y porqué es venerada, podríamos escribir no sólo uno sino varios artículos. Por lo pronto sólo les comentamos que sí forman parte del paisaje cotidiano en casi todos los rincones de la ciudad: las vimos paseando por los carriles centrales de las autopistas, obstaculizando el paso en callejones estrechos o incluso pastando plácidamente en los jardines de algún hotel. Los conductores y toda la gente en general tiene un especial cuidado con ellas, puesto que si llegaran a matar por accidente uno de estos animales, la condena sería 20 años de prisión. La compaginación de la vida religiosa con la cotidiana resulta muy complicada en India.
Si quieren continuar con nosotros el viaje, les invitamos a hacerlo en el próximo número de El Azotador.


Daniela Torres

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