Hay veces que un libro nos ha gustado tanto que querríamos que mucha gente lo leyera. Otras veces sencillamente nos gustaría poder intercambiar nuestros libros ya leídos por otros que esperamos nos gusten tanto como el que recientemente terminamos. Y seguro que para afrontar su desplazamiento diario en transporte público le encantaría encontrarse un libro interesante en el asiento del micro. Si usted ha sentido eso alguna vez, entonces tiene bastante en común con Ron Hornbaker y quizás le gustaría probar el “bookcrossing”.
La idea del “bookcrossing” no es nueva. Ya desde la década de los noventa existe una actividad urbana que consiste en dejar libros en sitios escondidos como huecos de árboles, cabinas telefónicas o bien en lugares concurridos como estaciones de tren, vagones de metro o salas de espera. Curiosamente un buen porcentaje de las personas que han encontrado un libro así, tienden a corresponder el gesto anónimo, buscan otro libro viejo en casa para dejarlo en el mismo lugar para que otra persona lo encuentre, o si le tienen mucho apego a sus propios libros, vuelven a dejar el recién recogido en un lugar público en cuanto finalizan su lectura. A esto se le llama el “bookcrossing” (que se podría traducir como “intercambio de libros”) y es una curiosísima actividad altruista entre personas aficionadas a la lectura. Siempre que se deja un libro así surgen las dudas: ¿quién lo habrá agarrado? ¿lo habrá leído? ¿le habrá gustado? ¿lo habrá dejado en otro sitio público para que disfrute de su lectura más gente? ¿habrá salido de la ciudad? ¿del país? ¿dónde estará el libro ahora? Preguntas de improbable respuesta, dada la dificultad de hallar el libro de nuevo, pero que bien estimulan la imaginación del lector “bookcrosser”.
En 2001 al estadounidense Ron Hornbaker se le ocurrió que en la Era Internet tales dudas deberían ser contestadas. Para ello creó el sitio Web “bookcrossing.com” donde se invitaba a los practicantes del “bookcrossing” a registrar en la Web los libros que iban a dejar en la calle, pegar un adhesivo con el número de registro proporcionado por la Web en la cubierta del libro, y después dejar el libro en algún lugar para que alguien más lo encuentre (a esta actividad se le llama “liberar” un libro). De esta manera las personas que hallasen un libro así marcado pudieran conectarse a bookcrossing.com para informar que ellos lo habían recogido, cuándo y dónde, y si así lo querían, comentar también sus impresiones sobre la lectura. Claro está, si lo volvían a dejar en la calle, también podían informar de ello. La iniciativa fue un éxito absoluto. De hecho, hoy en día hay más de 630.000 personas por cuyas manos ha pasado un libro registrado en “bookcrossing.com” y que se han tomado la molestia de comunicarlo en dicho sitio Web, de las cuales más de 3.200 son de México. Asimismo el número de libros registrados es de más de cuatro millones y medio en todo el mundo.
Tristemente, hoy la página Web global de “bookcrossing” parece más un tianguis que un lugar dedicado a una actividad tan poco comercial como el libre intercambio de libros. Los anuncios de vuelos de bajo coste, publicidad de Google o de productos de la propia tienda de “bookcrossing” donde se pueden comprar objetos con alguna relación con la lectura como atriles o bolsas, y un largo etcétera, empobrecen la presentación de la página y envilecen su vocación altruista. Además, ciertas funcionalidades de la página son restringidas a miembros VIP, y esa membresía especial se consigue comprando productos de su tienda online. Por suerte esta afirmación no es válida para la sección mexicana de “bookcrossing”, “Libros Libres”, promovida por el CONACULTA, ni para la sección española. Esta última no recibe ayudas del Estado pero tampoco se encuentra tergiversada por su vertiente comercial. Dispone de cierta publicidad para cubrir los gastos de mantenimiento de la página Web, pero sigue en manos de voluntarios, no de una entidad con ánimo de lucro.
En los países donde existe legislación que regula la propiedad intelectual había ciertas dudas sobre si “bookcrossing” iba a ser perseguida por las editoriales, de la misma manera que las empresas discográficas están obsesionadas con perseguir los sitios de Internet donde se comparte música, siguiendo la anticuada lógica de que “un libro compartido es un libro menos vendido”. Parece ser que no va a haber problema. De hecho, últimamente las editoriales se han hecho eco de la gran popularidad de esta iniciativa entre su mercado objetivo, los amantes de la lectura, y la están aprovechando para realizar actos de promoción de sus productos, es decir, de marketing. El pasado sábado 26 de enero la editorial Seix Barral organizó un acto conjunto con el movimiento “bookcrossing” y distribuyó libremente 1.000 libros de su colección Biblioteca Breve en 14 ciudades españolas así como en tres argentinas y también en Ciudad de México. Todo ello para conmemorar el premio que comparte nombre con dicha colección... y lograr que todos los periódicos importantes en lengua española, como El País en España, El Universal en México, El Nacional de Venezuela, y hasta El Azotador de Xochimilco, den publicidad al evento y por lo tanto a Seix Barral.
Eva Sánchez Guerrero
Más información:
BookCrossing México: http://www.bookcrossing-mexico.com
BookCrossing España: http://www.bookcrossing-spain.com/
La idea del “bookcrossing” no es nueva. Ya desde la década de los noventa existe una actividad urbana que consiste en dejar libros en sitios escondidos como huecos de árboles, cabinas telefónicas o bien en lugares concurridos como estaciones de tren, vagones de metro o salas de espera. Curiosamente un buen porcentaje de las personas que han encontrado un libro así, tienden a corresponder el gesto anónimo, buscan otro libro viejo en casa para dejarlo en el mismo lugar para que otra persona lo encuentre, o si le tienen mucho apego a sus propios libros, vuelven a dejar el recién recogido en un lugar público en cuanto finalizan su lectura. A esto se le llama el “bookcrossing” (que se podría traducir como “intercambio de libros”) y es una curiosísima actividad altruista entre personas aficionadas a la lectura. Siempre que se deja un libro así surgen las dudas: ¿quién lo habrá agarrado? ¿lo habrá leído? ¿le habrá gustado? ¿lo habrá dejado en otro sitio público para que disfrute de su lectura más gente? ¿habrá salido de la ciudad? ¿del país? ¿dónde estará el libro ahora? Preguntas de improbable respuesta, dada la dificultad de hallar el libro de nuevo, pero que bien estimulan la imaginación del lector “bookcrosser”.
En 2001 al estadounidense Ron Hornbaker se le ocurrió que en la Era Internet tales dudas deberían ser contestadas. Para ello creó el sitio Web “bookcrossing.com” donde se invitaba a los practicantes del “bookcrossing” a registrar en la Web los libros que iban a dejar en la calle, pegar un adhesivo con el número de registro proporcionado por la Web en la cubierta del libro, y después dejar el libro en algún lugar para que alguien más lo encuentre (a esta actividad se le llama “liberar” un libro). De esta manera las personas que hallasen un libro así marcado pudieran conectarse a bookcrossing.com para informar que ellos lo habían recogido, cuándo y dónde, y si así lo querían, comentar también sus impresiones sobre la lectura. Claro está, si lo volvían a dejar en la calle, también podían informar de ello. La iniciativa fue un éxito absoluto. De hecho, hoy en día hay más de 630.000 personas por cuyas manos ha pasado un libro registrado en “bookcrossing.com” y que se han tomado la molestia de comunicarlo en dicho sitio Web, de las cuales más de 3.200 son de México. Asimismo el número de libros registrados es de más de cuatro millones y medio en todo el mundo.
Tristemente, hoy la página Web global de “bookcrossing” parece más un tianguis que un lugar dedicado a una actividad tan poco comercial como el libre intercambio de libros. Los anuncios de vuelos de bajo coste, publicidad de Google o de productos de la propia tienda de “bookcrossing” donde se pueden comprar objetos con alguna relación con la lectura como atriles o bolsas, y un largo etcétera, empobrecen la presentación de la página y envilecen su vocación altruista. Además, ciertas funcionalidades de la página son restringidas a miembros VIP, y esa membresía especial se consigue comprando productos de su tienda online. Por suerte esta afirmación no es válida para la sección mexicana de “bookcrossing”, “Libros Libres”, promovida por el CONACULTA, ni para la sección española. Esta última no recibe ayudas del Estado pero tampoco se encuentra tergiversada por su vertiente comercial. Dispone de cierta publicidad para cubrir los gastos de mantenimiento de la página Web, pero sigue en manos de voluntarios, no de una entidad con ánimo de lucro.
En los países donde existe legislación que regula la propiedad intelectual había ciertas dudas sobre si “bookcrossing” iba a ser perseguida por las editoriales, de la misma manera que las empresas discográficas están obsesionadas con perseguir los sitios de Internet donde se comparte música, siguiendo la anticuada lógica de que “un libro compartido es un libro menos vendido”. Parece ser que no va a haber problema. De hecho, últimamente las editoriales se han hecho eco de la gran popularidad de esta iniciativa entre su mercado objetivo, los amantes de la lectura, y la están aprovechando para realizar actos de promoción de sus productos, es decir, de marketing. El pasado sábado 26 de enero la editorial Seix Barral organizó un acto conjunto con el movimiento “bookcrossing” y distribuyó libremente 1.000 libros de su colección Biblioteca Breve en 14 ciudades españolas así como en tres argentinas y también en Ciudad de México. Todo ello para conmemorar el premio que comparte nombre con dicha colección... y lograr que todos los periódicos importantes en lengua española, como El País en España, El Universal en México, El Nacional de Venezuela, y hasta El Azotador de Xochimilco, den publicidad al evento y por lo tanto a Seix Barral.
Eva Sánchez Guerrero
Más información:
BookCrossing México: http://www.bookcrossing-mexico.com
BookCrossing España: http://www.bookcrossing-spain.com/
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