jueves, 28 de febrero de 2008

EL LITORAL MEXICANO, EN PELIGRO


Ante la proximidad de la primavera y con ella el inicio del “buen tiempo” en España (aunque en realidad este invierno ha sido uno de los menos rigurosos de los últimos años en la península ibérica) empieza a escucharse el debate entre aquellos sectores de la “industria sin chimeneas” que defienden el llamado “turismo de sol y playa” y aquellos que apuestan por buscar un modelo más respetuoso con el medio ambiente, de mayor calidad y que permita un crecimiento sostenible.
El asunto es de enorme importancia para este país, porque de acuerdo con los últimos datos de la Organización Mundial de Turismo, España, con sus 59,2 millones de turistas extranjeros, es el segundo destino más visitado del mundo, sólo por detrás de Francia y por delante de países como China, los EEUU e Italia (tercero, cuarto y quinto respectivamente). Sin embargo, esta cifra, que tiende a crecer cada año, no va ligada a un mayor gasto por persona, ni a un incremento en el número de pernoctaciones, ni a una diversificación de las actividades practicadas. No. La concentración de la gran mayoría de visitantes durante el verano, y fundamentalmente en los destinos de playa, ha tenido un gran impacto ambiental: ha contaminado sus costas, ha modificado el paisaje y ha destruido algunos de sus más valiosos ecosistemas.
Aunado a la masiva concentración de turistas en las playas durante el verano, el impacto de la construcción de cientos de miles de segundas residencias en las costas, el desarrollo de campos de golf y la construcción de numerosos puertos deportivos en zonas donde hay escasez de agua han modificado el litoral español de una manera brutal. Tan grave es la situación, que desde diversas organizaciones internacionales se está advirtiendo a España que su modelo es irresponsable e insostenible.
Para una persona como yo, acostumbrada a ir a playas mexicanas con una presencia aceptable de turistas a lo largo de todo el año, resulta verdaderamente extraño recorrer la geografía española y encontrarme caminando por pueblos y ciudades “fantasma” del otoño a la primavera, con pŕacticamente todos los establecimientos cerrados y donde llega a resultar difícil hasta encontrar un sitio para comer. Estos mismos lugares, durante el verano se transforman en un hormiguero donde lo difícil es encontrar un metro cuadrado de arena libre donde se pueda extender una toalla. Pues es precisamente este modelo, que propicia que se creen infraestructuras para unos pocos meses, el que según diversas organizaciones ecologistas tiene un futuro muy limitado, pues es insostenible. Estos grupos, que rara vez se ponen de acuerdo con los touroperadores europeos, coinciden en que para que España siga resultando un destino atractivo a nivel mundial, se tienen que conservar los sistemas que todavía están vírgenes. Pues según ellos, el turista actual, además de estar más informado, tiene más lugares del planeta entre los cuales elegir, por lo que el respeto al medio ambiente, al paisaje y a la identidad cultural son claves para la elección del destino al que se dirigirá. Otro punto por el que abogan los operadores turísticos es que “el indicador del éxito no sea el número de visitantes extranjeros recibidos, sino el gasto medio por persona”, es decir, que quieren turismo de calidad (y alto poder adquisitivo) y no cantidad, pues gran parte del crecimiento en este país ha sido impulsado por la aparición de líneas de bajo costo, utilizadas por turistas de clase media-baja, provenientes sobre todo de Alemania e Inglaterra.
El deterioro que ha sufrido la costa, así como el daño que se ha causado al modelo de “sol y playa” español, ha sido analizado en distintos foros. Por ejemplo Greenpeace, que en su más reciente informe llamado “Destrucción a toda costa”, denuncia que el turismo de masas está destruyendo los objetivos que persiguen los propios turistas: el patrimonio natural y cultural de un país.
Precisamente, he querido abordar este tema, porque hasta nuestro territorio ha llegado esta fiebre constructora que erosiona las costas y las daña hasta hacer desaparecer ecosistemas antes vivos y en equilibrio. Desde hace unos meses han aumentado los anuncios, sobre todo en webs españolas, de promociones inmobiliarias concentradas fundamentalmente en las dos penínsulas de nuestro país. Los “inversionistas” de diferentes partes del mundo han puesto sus ojos en nuestras hermosas y naturales playas, buscando obtener la máxima rentabilidad con el mínimo de inversión, y eso sólo puede conducir a un proceso de degradación medioambiental irreversible, tal y como el que han provocado en el litoral catalán, por citar sólo uno de los sitios más afectados según las recientes declaraciones de Greenpeace.
Dado que no son pocos los funcionarios, las asociaciones y los representantes populares que frecuentemente se dedican a viajar por el mundo a costa del erario público, con el pretexto de “tomar ejemplo de lo que sucede en países más desarrollados que el nuestro para después aplicarlo en México”, resulta indignante que, pese a la facilidad con la que se puede acceder a los informes, las estadísticas y los estudios de los diferentes organismos y asociaciones que analizan el caso de España (por lo que bien podrían ahorrarse el costo de los boletos de avión y mejor invertir ese dinero en obras para la población), en México se siga reproduciendo un modelo destructivo idéntico al español en algunas de las zonas naturales más bellas de nuestro país.
En el caso de nuestra nación, este asunto tiene aún mayor delito, porque no sólo se están dañando áreas protegidas, se están afectando ecosistemas y se está destruyendo el patrimonio cultural, histórico y natural de las pequeñas comunidades que solían ser las propietarias de esas zonas, sino que además se está engañando a todo un pueblo, haciéndole creer que con la creación de cada nuevo desarrollo turístico se están creando fuentes de empleo para la gente autóctona. Ojalá fuera así. Ojalá en este aspecto sí se imitara a un país desarrollado como España, donde todos los trabajadores que laboran en esta industria al menos tienen derecho a un salario digno que les permite vivir decorosamente, y a su vez les da la oportunidad de ser un día huéspedes de otras zonas turísticas, por ejemplo las playas mexicanas. En México ni siquiera existe esta repercusión positiva sobre el empleo ni sobre los salarios. Diversos estudios explican que debido a que la mayoría de los turistas europeos contratan sus paquetes “Todo Incluido” desde sus países de origen, el impacto en la economía local es mínimo, ya que no consumen fuera de sus “resorts”. Así que de nada sirve la destrucción de nuestros paisajes naturales, de nuestras costas y la sobreexplotación de nuestros recursos. Los únicos beneficiados son algunos avariciosos empresarios en complicidad con corruptas autoridades municipales y gubernamentales.
En las antípodas de lo que pasa tanto en México como en España, tenemos el caso de Bután, pequeño país ubicado en la cordillera del Himalaya, entre China e India, que ha sabido sacar ventaja a los siglos de aislamiento debido a su complicada geografía y escasa población: en la actualidad su territorio alberga algunos de los ecosistemas mejor preservados e intactos del mundo. La monarquía que gobierna el país quiere preservar inalterada la cultura local y su rico medio ambiente, por lo que el turismo en este país está muy controlado. Tanto es así que el año pasado solo 21.000 personas pudieron visitarlo, previo pago de una tasa diaria de más de 100 dólares. Gracias a esta explotación moderada de sus bellezas naturales y sitios históricos, el país está captando divisas importantes para impulsar su desarrollo, sin arriesgarse a perderlo todo debido a una sobreexplotación desmedida. Han apostado por un turismo de calidad, y no de cantidad.
Lamentablemente para nuestro país, cuando nuestros funcionarios no copian mal las cosas, las copian de los sitios equivocados. No entiendo si es sólo incompetencia, irresponsabilidad o hay muchos más intereses ocultos de lo que podemos llegar a imaginar.

Daniela Torres.

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