martes, 29 de julio de 2008

EL ENOJO DE LA VIRGEN

Raúl Emeterio Nieto

Con emoción desbordante la comunidad de Santa María Nativitas, ansiosamente esperaba a que llegara el día 8 de septiembre, fecha señalada desde su fundación para celebrar la fiesta en honor a la Virgen de la Natividad, patrona del pueblo.

En el rostro de los habitantes se dibujaba la sonrisa y su caminar era alegre.

Ante la proximidad de la fecha los jefes de familia se hacían acompañar de su esposa e hijos para tomar el “camión” o tranvía para trasladarse a Xochimilco y “mercar” lo necesario para la fiesta del pueblo. De inmediato se dirigían a su llegada a la tienda de ropa de los Apis, o, a cualquier otro puesto del mercado que ya tenía aproximadamente diez años de funcionar ya que había sido inaugurado allá por el año de 1942.

El extenuante recorrido hecho para seleccionar las prendas de vestir y las especias para elaborar el mole y la “bebida” para obsequiar a los “compadritos” e invitados comprada especialmente en la Mayorquina, despertaba su apetito y se encaminaban familiarmente a los puestos de antojitos mexicanos para devorar plácidamente las garnachas, pambazos y tacos dorados.

Al término de esta degustación familiar dirigían sus pasos hacia los jardines hermosos que decoraban el bello edificio delegacional, que con sus arcos y su torre con reloj lucía majestuoso, allí seleccionaban una banca, se sentaban en ella y pacientemente esperaban el “camión” para abordarlo y retornar a su hogar. Los que preferían regresar en tranvía se iban al Jardín Juárez, se acomodaban en una banca que estaba fuera de la “Planchaduría y tintorería” de Doña Panchita.

A su llegada subían a él, le entregaban a Don Juan sus planillas que pagaban a bordo al costo de 3 por veinticinco centavos las planillas las perforaban y los viajeros las guardaban como constancia de haber pagado su pasaje.

Las ilusiones de juventud y el espíritu emprendedor hacían que adolescentes y jóvenes con iniciativa acudieran a prestar servicios turísticos en el Bosque de Nativitas, rentando petates -por una cuota mínima- y vendiendo refrescos fríos, que los “paseantes” pagaban con agrado.

Así con el dinero reunido por las ganancias obtenidas los fines de semana les servían para divertirse en la feria que se instalaba en el centro del pueblo; caballitos, volantines, rueda de la fortuna, la lotería, casa de la risa…

Al fin la fecha estaba por llegar pero días antes los “comisionados” para la fiesta religiosa del pueblo decidieron posponer los festejos para el domingo siguiente, lo que causó la desilusión de la comunidad y solo suponían que cambiando la festividad al día domingo tendían mayor lucimiento y concurrencia de la gente que acude anualmente a la festividad del pueblo.

Jamás imaginaron que este cambio de fecha para la festividad coincidiera con una tormenta de agua de grandes dimensiones acompañada de rayos y centellas que provocó la inundación del centro del pueblo y el espanto de los vecinos al ver que el agua se filtraba a través de las cercas de piedra con la que estaban construidas las casas.

El pavor causado por la inundación aumentó al ser testigos de que frente a la iglesia una persona fue alcanzada por un rayo y murió al instante mientras que otra perecía en la esquina del atrio del templo misteriosamente, junto a una piedra donde está grabada una calavera y otros símbolos mexicas.

Todos dicen que fue el enojo de la Virgen de la Natividad lo que provocó esta desgracia por haber cambiado la fecha de la celebración religiosa.

Así que desde hace 56 años la festividad se celebra el día que le corresponde.



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